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Cómo cubrir historias de salud ambiental cuando la ciencia es escasa

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A man standing on a hillside observing a crop-duster flying over adjacent fields.
En 1978, como parte de la guerra contra las drogas respaldada por los Estados Unidos, el gobierno colombiano empezó la fumigación aérea de cultivos de coca y marihuana sin contar con la evidencia suficiente respecto a los riesgos potenciales que la medida podría suponer para la sa-lud de las comunidades rurales. Archivo Fotográfico El Espectador

 

En septiembre de 1998, una lluvia de glifosato cayó sobre una mujer embarazada llamada Yaneth Valderrama. Ella estaba lavando ropa en una quebrada en la zona rural del municipio de Solita, Caquetá, una región al sur de Colombia donde crecían miles de plantaciones de coca. Durante años, como parte de la guerra contra las drogas apoyada por los Estados Unidos, el gobierno colombiano había estado fumigando con herbicidas desde aviones para acabar con los cultivos de coca y marihuana.

Cuando Valderrama, entonces de 27 años, escuchó el rugir de los motores de los tres aviones, corrió hacia su casa. No alcanzó a llegar, y la lluvia de veneno la empapó. Dos días más tarde, tuvo un aborto espontáneo. Luego cayó gravemente enferma y seis meses después estaba muerta. Su esposo, Iván Medina Claros, recuerda que los doctores que trataron de ayudarla le dijeron, “búsquese un abogado bueno, y demande al Estado, porque se la mataron con el glifosato”.

Veinte años más tarde, en marzo de 2019, Juan Miguel Hernández, entonces reportero del diario colombiano El Espectador, estaba en Caquetá reporteando una historia completamente diferente cuando alguien le contó sobre la trágica muerte de Valderrama y de los continuos esfuerzos de su marido por alcanzar justicia. Unas cuantas semanas antes de su viaje, las autoridades colombianas habían propuesto reiniciar las aspersiones aéreas con glifosato, que habían sido suspendidas en 2016. Hernández encontró al esposo de Valderrama, y después de pasar tiempo con él y su familia, el periodista quedó conmovido y convencido por la historia. Sabía que la historia desconocida de una mujer asesinada por una lluvia de glifosato podría cambiar completamente el debate público. Llamó a su editor en Bogotá y le pidió más tiempo para investigar.

Cuando regresó a la sala de redacción, le contó la historia de Valderrama a sus colegas en la sección de ciencia. Una de ellos, María Mónica Monsalve, recuerda que Hernández y el videógrafo que lo acompañó en el viaje, Oscar Guesguan, “estaban convencidos de que el glifosato había matado a Yaneth”. Monsalve, quien había estado escarbando la literatura científica sobre los efectos en la salud del glifosato como parte de su cubrimiento del debate público en curso, cuestionó la posición de sus colegas. La evidencia disponible sobre el químico no apoyaba una conclusión así de fuerte, les dijo.

De repente, lo que parecía una historia sencilla —de daños, injusticia y de causa y efecto claros— se volvió mucho más enmarañada. ¿Cómo escribiría Hernández sobre la incertidumbre y las preguntas sin respuesta que rodearon la muerte de Valderrama?

Muchos periodistas que cubren temas de salud ambiental en comunidades altamente marginadas y vulnerables se enfrentan a obstáculos similares. Pueden encontrarse a sí mismos en una situación igual de confusa: Una persona o comunidad ha sufrido una enfermedad o lesión que atribuyen a algún tipo de contaminación ambiental, a menudo a manos de actores ricos y poderosos. Y, sin embargo, no existen datos científicos que puedan respaldar directamente sus afirmaciones.

“Estas historias son realmente complicadas porque hay que reconocer que la falta de evidencias no es en sí evidencia de su ausencia”. —Dan Fagin

Los reporteros se encuentran a sí mismos tratando de balancear distintas preocupaciones: quieren exponer las injusticias (y a veces directamente crímenes) y subrayar las luchas de personas enfermas y a menudo marginadas, pero sin sacar conclusiones incorrectas sobre situaciones complejas. “Estas historias son realmente complicadas porque hay que reconocer que la falta de pruebas no es en sí evidencia de su ausencia”, dice Dan Fagin, cuyo libro ganador del premio Pulitzer, Toms River: A Story of Science and Salvation, cubrió la investigación de un clúster de casos de cáncer causado por contaminación industrial. “Que no tengamos pruebas no significa que no haya algún tipo de causa-efecto. Pero también es cierto que el hecho de que haya evidencia no necesariamente significa que haya causalidad”.

Por más de 20 años, Fagin ha enseñado periodismo ambiental en la Universidad de Nueva York. Dice que el error más común que cometen sus estudiantes al considerar historias sobre daños ambientales a la salud humana es decidir no cubrirlas —dejarse intimidar por la carga de la prueba y echarse atrás, dejando una historia importante sin contar—. “La respuesta con las historias de salud ambiental nunca es, ‘no voy a cubrir esto porque la evidencia es débil’”, dice. En cambio, la respuesta es apoyarse en una profunda empatía, una reportería rigurosa y un sano escepticismo en cada paso del camino.

 

Hacia donde sopla el viento (contaminado)

Muchas investigaciones sobre impactos ambientales sobre la salud empiezan con rumores y anécdotas, reportes locales de personas que notan un cambio en su salud y sospechan saber porqué: una mina cercana que está inundando el aire con partículas asfixiantes, un gran monocultivo que está vertiendo sus aguas residuales en un río, una fábrica local que está produciendo residuos tóxicos. Para encontrar estas historias hay que prestar mucha atención a lo que pueden parecer detalles prosaicos e inconexos sobre la vida de una comunidad.

En muchas ocasiones, los reporteros encuentran historias sobre daños ambientales a la salud mientras buscan otras cosas, dice Nitin Sethi, un periodista de investigaciones indio y editor del proyecto independiente The Reporters Collective. “Conozco a docenas de [periodistas] en la India que primero se enteran de un problema por las consecuencias sociales del daño ambiental”, dice. “Un amigo o una fuente o alguien que conozcamos en el área de pueblo nos llamará y nos dirá: ‘Mira, en nuestro hogar todos nuestros jóvenes varones han emigrado a las ciudades para trabajar porque la agricultura no se está practicando’… Creo que la mayoría de las veces, cuando aterrizas en estos pueblos, descubres que hay una razón concreta por la que la agricultura no ha despegado”. Esa razón puede ser una mina de carbón en el patio trasero de las personas locales, u otros proyectos contaminantes cerca de sus poblados, explica Sethi.

Otros periodistas, como el escritor y editor sudafricano Sipho Kings, escarban las pistas de las propias empresas. “Cuando una gran empresa contaminante publicaba grandes resultados financieros, yo los leía y me iba a la comunidad de al lado a hablar con la gente”, me escribió en un correo electrónico. “Los beneficios suelen producirse porque se toman atajos, y esos atajos se manifiestan en efectos externos y en un medio ambiente contaminado”.

Hablar con esas comunidades afectadas siempre debe ser el primer paso, dice Fagin. En su caso, él escucha las historias personales, al tiempo que pregunta amablemente por cualquier historial médico o acción legal que pueda respaldar las acusaciones. Cuando escribió Toms River, hablar con las personas a cuyos hijos se les habían diagnosticado cáncer tras beber el agua contaminada del río le ayudó a dilucidar qué iba a preguntar cuando empezara a hacerles preguntas a las empresas y a los organismos gubernamentales.

En estas primeras etapas de la reportería, Sethi también se empeña en visitar a las comunidades cercanas, para compararlas con aquella en la que sospecha que la contaminación está afectando a la gente. Si esas poblaciones cercanas, con esencialmente la misma geografía y condiciones ecológicas, están prosperando en comparación con la zona potencialmente contaminada, empieza a tener más confianza en el caso. Es entonces cuando pasa a buscar fuentes externas y evidencia científica.

 

Renunciar a la prueba irrefutable

Es precisamente en la búsqueda de evidencia científica para soportar los reclamos de comunidades afectadas cuando las cosas suelen complicarse para los periodistas de salud ambiental.

Los estudios de impactos en la salud de ciertos químicos o contaminantes suelen estar limitados a pruebas en animales en un laboratorio, lo que no necesariamente ayuda a entender cómo un químico puede afectar al cuerpo humano. Otras veces, no hay investigación alguna. En casos sobre la exposición a nuevos químicos —como cuando los dispositivos de vapeo (o vaping) apenas entraron al mercado— el problema puede ser que existen resultados que se contradicen entre sí, dice Liza Gross, periodista de investigación de Inside Climate News. En otras ocasiones, puede ser difícil distinguir la causa y el efecto cuando hay una variedad de contaminantes, o cuando la contaminación tiene una historia larga.

“Puedes encontrar todo tipo de cosas en la literatura científica”, dice Gross, quien siempre sigue sus visitas a las comunidades potencialmente afectadas con una inmersión profunda en toda la literatura disponible sobre el tema de la historia. Pero advierte: “Tienes que saber cómo evaluar qué es realmente una conclusión confiable basada en datos versus pura especulación. Así que hace mucho tiempo que recurro a científicos en los que confío para que me ayuden a comprender la literatura”.

Al reportear en India, dice Sethi, un desafío frecuente es el alcance y la complejidad de la contaminación que enfrentan las comunidades. “Hay veces que hemos estado en zonas donde ha habido minas de carbón, ha habido una planta de aluminio y quizá otras cinco cosas. Y realmente no puedes limitarte a decir: ‘Este es el origen del problema’”. Sin embargo, Sethi sigue pensando que es importante reportear sobre el sufrimiento de las comunidades, aunque no pueda demostrar las razones directas del mismo. “Diría que en 20 años de carrera, no sería más de una cuarta o quinta parte de las veces que he escrito sobre algo en lo que había pruebas contundentes” que vinculan directamente un daño con una causa concreta.

La experiencia de una comunidad es una forma de evidencia, pero no la única, dice Fagin. Puedes reportear las denuncias y las posibilidades científicas, pero la meta final es explicarle al lector lo que se puede probar y lo que no. Es por ello que, para Fagin, es fundamental hablar con todas las partes involucradas desde el principio.

Después de una primera ronda de entrevistas con la comunidad, Fagin cuestiona a las compañías y a los funcionarios del gobierno sobre las quejas específicas que plantea la gente (¿Se está controlando sistemáticamente el aumento de los casos de cáncer? ¿Por qué la empresa no empezó antes a realizar mejores limpiezas?). Luego usa esas respuestas para regresar a la comunidad, así como hablar con expertos independientes, y plantearles nuevas preguntas. Repite este proceso de “verificación cruzada de las fuentes” suficientes veces para unir las piezas del rompecabezas de la evidencia y ver dónde están los vacíos. “El objetivo es reducir las áreas de discrepancia real, lo que en última instancia me permite ser muy claro en la historia sobre lo que todavía está en disputa, en lugar de tener que recurrir a vagos fragmentos de información”, explica Fagin. Una vez que esos huecos están claros, le resulta más fácil escribir sobre ellos.

Hacer reportería hasta sentirse cómodo explicando la “zona gris” es el primer paso para el éxito, dice Liza Gross.

Para Gross, hacer reportería hasta sentirse cómodo explicando la “zona gris” es el primer paso para el éxito. Ella escribió sobre el vapeo antes de que fuera una crisis nacional de salud pública, y sobre los retardantes de fuego antes de que fueran regulados en California. En gran parte de sus historias, dice, no espera necesariamente que haya una prueba que “demuestre” quién tiene la razón. En cambio, se centra en explorar y comunicar lo desconocido, los posibles daños y la búsqueda de respuestas.

Este es el enfoque que escogieron Hernández y Monsalve en el premiado corto documental que produjeron sobre el caso de Yaneth Valderrama, admitido por la Comisión Interamericana de Derechos Humanos (CIDH). Buena parte de la investigación existente sobre la toxicidad del glifosato analiza los efectos del químico cuando es usado según las instrucciones. La gran fumigación aérea que cayó sobre ella no era un uso recomendado, y por lo tanto, no había estudios sobre lo que puede ocurrir si se rocía el herbicida sobre un humano.

E inclusive si existieran, dice Monsalve, hay muchas variables que pudieron haber influido en el resultado final: “La toxicidad y los carcinógenos no son absolutos. Y tratamos de explicar eso muy bien”. Trabajaron con el equipo de diseño gráfico del periódico para crear explicaciones gráficas de porqué es tan difícil probar que la muerte de Yaneth fue causada por el glifosato.

 

Siéntate en el lodo, sigue el dinero

La falta de evidencia puede ser frustrante para los periodistas. Pero también, dice Sethi, puede ser una historia en sí misma. Sostiene que todos los periodistas deben tratar los datos escasos o inexistentes como una pregunta que debe ser respondida: ¿por qué no están allí?

Un amigo de Sethi, contratista del servicio forestal de India, le dijo una vez que su trabajo no consistía solo en proteger el bosque de las amenazas que se encuentran en su interior. En cambio, le dijo, “mi trabajo es pararme en el borde del bosque, mirando hacia afuera”. Sethi piensa a menudo en estas palabras en su trabajo como periodista: “Creo que un periodista es así —se supone que debes pararte en la periferia, observando a quienes influyen en ese espacio en lugar de solo mirar lo que ocurre dentro de él”. Si faltan datos o no se han hecho estudios, se pregunta quién es el responsable de producir la ciencia y por qué falta.

Siempre que reportea sobre cuestiones de salud ambiental, Sethi estima que pasa dos tercios de su tiempo en oficinas gubernamentales, haciéndose amigo de los funcionarios si puede, y buscando documentos que demuestren que el gobierno, en algún nivel, conocía el problema y, por lo tanto, estaba obligado a actuar pero decidió no hacer nada.

Si las personas en el poder no han protegido a quienes están vulnerables, o incluso han propicia-do el deterioro de sus condiciones, dice Sethi, ha encontrado una historia.

Para lograrlo, empieza mirando en oficinas locales y va escalando, tratando de averiguar quién es el funcionario de más alto rango que sabía sobre la situación y si violó o cambió la ley para evitar hacer algo. “Hay que sentarse entre ellos, en medio de la porquería sobre la que quieres arrojar algo de luz”, dice. Si las personas en el poder no han protegido a quienes están vulnerables, o incluso han propiciado el deterioro de sus condiciones, dice Sethi, sabe que ha encontrado una historia.

Por su parte, Gross suele emplear el conocido mantra de “seguir el dinero”. Lleva casi 20 años cubriendo la legislación de riesgos medioambientales en California y otros asuntos epidemiológicos, y muchas veces entender cómo fluye el dinero le ayuda en su proceso de reportería. En 2011, por ejemplo, realizó una investigación para Environmental Health News que le tardó cinco meses, en la que expuso que los legisladores californianos que se oponían a regular químicos retardantes de fuego habían recibido dinero de esa industria. “No puedes decir: ‘Oh, ahí está la evidencia irrefutable’” que prueba de manera definitiva por qué los legisladores dejaron de presionar a la industria, dice. “Pero puedes decir: ‘Aquí hay un patrón’”.

A medida que Hernández y Monsalve indagaban en los archivos sobre la muerte de Valderrama, se dieron cuenta de que en los años ochenta, cuando las fumigaciones con glifosato apenas comenzaban como parte de la estrategia colombiana de la guerra contra las drogas, el gobierno había prometido realizar estudios sobre la seguridad de la medida. Los reporteros no pudieron encontrar los resultados de dichos estudios en ningún lado, así que buscaron al científico a cargo de los mismos y le preguntaron qué había pasado. Él les dijo que el gobierno nunca terminó los estudios, aunque le había dicho al público que sí lo había hecho. Después de esa conversación y algunas otras con abogados, Hernández y Monsalve se dieron cuenta de que “no importaba si [podíamos probar que] el glifosato había matado a Yaneth”, como lo pone Hernández. “Lo que importa es que el estado no cumplió con su obligación de proteger a uno de sus ciudadanos, sino que hizo todo lo contrario, la puso en riesgo”.

 

Cómo entrelazar la lógica y la evidencia

A diferencia de las historias de ciencia que giran alrededor de un descubrimiento sin ambigüedades, la mayoría de historias sobre salud ambiental no pueden darle al lector la satisfacción de un misterio pulcramente resuelto. En cambio, los periodistas deben hilar las pistas evitando entrar en el terreno de la opinión.

Fagin advierte que apoyarse en el propio “sentido común” sobre lo que pasó, en lugar de pruebas duras de causalidad, puede llevar a los periodistas al terreno del activismo, defendiendo una determinada versión de la historia. Eso no quiere decir que defienda un enfoque de él-dijo-ella-dijo, en el que se contraponen las historias de las personas afectadas con la negación de los responsables de la contaminación, o un enfoque en el que simplemente deja que la gente dé sentido a la información. En cambio, se basa en lo que llama “el peso de la evidencia”. Después de hablar con todas las fuentes y de haber leído toda la información de contexto que puede, se pregunta, ¿qué conclusiones puedo sacar? “Sabes que estás haciendo análisis y no activismo cuando constantemente estás pensando en la evidencia y cuando estás siendo totalmente transparente con los lectores sobre lo que sabes y no sabes”, dice Fagin.

Para Sethi y Kings, escribir es presentar los hechos de forma clara y dejar que el lector vea los vínculos entre ellos. “Si puedes llevar a la gente a ese punto —de decir: ‘Si solo piensas lógicamente que A significaría B que significaría C’— estoy bastante satisfecho”, dice Sethi. “Me gusta confiar en la inteligencia de nuestros lectores y ciudadanos para identificar la verdad”.

Para Hernández y Monsalve, confiar en la evidencia —o, en su historia sobre Valderrama, en su ausencia— es vital. Cuando lanzaron su documental, la discusión sobre reiniciar las aspersiones aéreas con glifosato de cultivos de coca estaba fuertemente politizada y polarizada. En lugar de ser vistos como apoyando a uno de los bandos, explica Monsalve, querían aportar nueva información a la conversación.

Hernández dice que sintió que había cumplido su meta cuando el portero del edificio donde viven sus padres en Bogotá le preguntó por el video. El hombre le dijo que estaba muy preocupado por su hermano, un policía encargado de rociar cultivos con el químico. Fue entonces cuando supo, dice, “que la ciencia había ayudado al documental a trascender la ideología”.

 

María Paula Rubiano
María Paula Rubiano A. Mateo Guerrero

María Paula Rubiano A. es una periodista científica independiente que escribe sobre biodiversidad, justicia medioambiental, alimentación y sostenibilidad para Grist, Popular ScienceAudubonAtlas Obscura y El Espectador, entre otros. Síguela en Twitter como @Pau_Erre.

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