
Steven Leckart ha sido rociado con gas lacrimógeno, se ha arrastrado bajo cercas de alambres de púas y ha participado en 81 entrenamientos para escribir un reportaje sobre el entrenamiento básico de combate del ejército estadounidense. Ha probado el ardiente chile Carolina Reaper para un artículo sobre la carrera por cultivar el próximo pimiento más picante. También ha pasado 20 minutos temblando en el fondo de una piscina a 15.5°C mientras un antiguo científico de la NASA medía los cambios en su tasa metabólica. Leckart no se sometió a estos tormentos por gusto. Lo hizo para poder atraer a los lectores a historias en las que aprendían y experimentaban cosas nuevas junto a él. “Mi experiencia en primera persona permite a los lectores sentir realmente lo que es hacer algo por lo que han sentido curiosidad o que nunca harían ellos mismos”, afirma.
La ciencia respalda la idea de que la narración en primera persona en las historias puede ayudar a atraer a los lectores —y mantenerlos leyendo—. Un estudio de PLOS One de 2016, por ejemplo, descubrió que los lectores tienden a sentirse más inmersos en las historias de ficción que utilizan pronombres en primera persona, en comparación con las escritas en tercera persona. Estar inmerso en una historia también está relacionado con la estimulación mental. Según un estudio de 2011 publicado en el Journal of Cognitive Neuroscience, las cortezas motoras primarias de los lectores se activaban más al leer verbos de acción en primera persona que en tercera persona.
La tradición moderna de utilizar relatos en primera persona en los reportajes de las revistas se arraigó en los años 60 y 70, cuando periodistas como Tom Wolfe, Joan Didion y Hunter S. Thompson, líderes de un estilo de reportaje que llegó a conocerse como Nuevo Periodismo, empezaron a hacer hincapié en técnicas más literarias. Introducirse en sus historias era una forma de aportar perspectivas únicas a sus relatos, afirma Martha Nichols, quien enseña periodismo en primera persona en la Universidad de Harvard. “La narración en primera persona realmente te permite compartir algo que no solo transmite quién eres, transmite tu voz de una manera atractiva, sino que también está conectada con el enfoque de tu artículo”, dice. “Es una narración mucho más eficaz que limitarse a aportar un montón de citas de expertos e investigaciones”.
La narración en primera persona puede dar autoridad y profundidad emocional a las historias, dice Nichols. También puede ayudar a ambientar, crear tensión, desmitificar la ciencia y dar vida a temas arcanos. En otros casos, los reporteros pueden utilizar la primera persona para revelar sus prejuicios, para aligerar el tono de una explicación seria o simplemente para evitar frases incómodas.
La primera persona es una herramienta potente y flexible
La narración en primera persona puede cumplir distintas funciones según el contexto, dice Ankita Rao, redactora de proyectos especiales en Vice. En noticias, columnas y entradas de blogs, los periodistas pueden decidir incluir anécdotas en primera persona si la experiencia del autor ayuda a ilustrar una situación o da autoridad a un argumento. Es mucho más difícil que los lectores descarten argumentos basados en datos científicos o estadísticos si se apoyan en experiencias personales.
En un artículo publicado en 2017 en Motherboard sobre las representaciones de los trastornos alimentarios en la cultura pop, Rao, quien es indio-estadounidense, se basó en su propia historia de anorexia para comentar cómo las representaciones de mujeres blancas demacradas en la televisión y el cine no reflejan la demografía de las personas afectadas ni el curso enrevesado y a veces catastrófico que pueden tomar los trastornos alimentarios. Rao dice que decidió incluir su propia experiencia con la enfermedad porque cree que su historia ilustra lo complejos y matizados que son realmente los trastornos alimentarios.
La narración en primera persona puede añadir autenticidad emocional a un relato periodístico. “Como periodistas, estamos constantemente hablando con la gente y pidiéndoles que sean vulnerables con nosotros, pero cuando lo haces contigo mismo, creo que añade una capa diferente”, dice Rao. “Permite al lector ver que no estás simplemente lanzándote en paracaídas sobre un tema. Te metes en las trincheras y te metes en la historia de una forma que permite que también te afecte a ti”.
A veces, el uso del “yo” al principio de un relato ayuda a situar el lugar donde se encuentra el reportero, con quién está y qué deben esperar los lectores. Ancla el texto a un momento concreto. El uso de la primera persona también puede ayudar a crear tensión narrativa en un relato —por ejemplo, en un relato de primera mano sobre acampar con guardabosques locales bajo el nido de una guacamaya roja para protegerla de los cazadores furtivos, o ser testigo de lo que ocurrió cuando un científico que estudia las heridas de bala instaló una mesa en un centro comercial de Baltimore—.
Los elementos en primera persona también pueden servir como un reloj para los lectores, aumentando la tensión mientras se desarrolla el arco principal de la historia. Por ejemplo, en un reportaje de Wired de 2012 sobre competiciones de programación informática, Leckart se inscribió a sí mismo como novato en un hackatón, instando a los lectores a alternar entre su propia carrera hasta la meta y una exploración más amplia de la explosión de las competiciones de codificación. Este tipo de narración en primera persona funciona bien cuando sigue siendo secundaria, afirma Leckart. “Podrías eliminar toda la narración en primera persona de un artículo mío y publicarlo tal cual, con los cortes de sección donde están”, afirma.
Las perspectivas personales también pueden servir para revelar los prejuicios de un periodista, sus posibles conflictos de intereses u otras conexiones con la historia sobre la que está escribiendo, explica Purbita Saha, editora adjunta de Audubon. Por ejemplo, en un reportaje de Audubon de 2016 sobre cómo una comunidad iñupiat de Alaska se está adaptando al cambio climático, la escritora Madeline Ostrander utilizó referencias en primera persona a lo largo del artículo para reconocer que ella era una forastera que observaba desde afuera la construcción de dispositivos de refrigeración para el permafrost y casas portátiles.
Las anécdotas en primera persona también pueden ayudar a aligerar el tono de un artículo serio o a desmitificar conceptos complicados o arcanos, como un enrevesado proceso científico. Leckart señala, por ejemplo, que muchas de las historias en primera persona que ha escrito tienden hacia lo caprichoso, donde se pone a sí mismo en situaciones incómodas y experimentales.
A otros periodistas no les gusta meterse en sus historias, pero recurren a la primera persona cuando es inevitable. “Odio escribir en primera persona”, dice Linda Villarosa, colaboradora del New York Times Magazine y profesora del City College de Nueva York. “Me enseñaron a no recurrir a ella. La uso con moderación, normalmente empujada por mi editor o cuando no hay más remedio”. A veces es así, dice, cuando necesita conectar trayectorias dispares en un artículo; por ejemplo, al describir una investigación médica y las experiencias de pacientes a los que ha entrevistado. Otras veces, introducirse en una escena es la única forma de “evitar la voz pasiva o las frases incómodas en tercera persona”.
En un reciente reportaje sobre la mortalidad infantil en la comunidad negra, Villarosa narró la historia de Simone Landrum, una madre de Nueva Orleans en las últimas semanas de su cuarto embarazo. La mayor parte de la historia está narrada en tercera persona, y Villarosa permanece invisible incluso en las escenas clave en las que estaba presente. Pero mientras realizaba el reporteo, Villarosa se involucró íntimamente en la historia de Landrum, y hubo momentos en los que acabó convirtiéndose en parte de la acción. Describir esas situaciones sin recurrir a frases incómodas (“un reportero en la sala se ofreció a ayudar”) requería introducirse en el reportaje.
Villarosa también describió el nacimiento de su propia hija, como una forma de dar vida a otro aspecto de la historia: la idea de que incluso los padres negros bien educados que tenían acceso a la atención sanitaria y a la información, como ella, podían enfrentarse a graves situaciones médicas durante sus partos.
Montar una escena
Del mismo modo que los reporteros deciden cuidadosamente qué estudios, datos y expertos incluir en un reportaje sobre salud o ciencia, deben seleccionar los momentos adecuados antes de lanzar el “yo” a la mezcla. “La narración en primera persona que elijas debe servir a un propósito para el artículo”, dice Leckart.
Según Nicola Twilley, redactora colaboradora de The New Yorker, autora del blog Edible Geography y copresentadora del podcast Gastropod, saber de antemano si una historia se beneficiará de la narración en primera persona da tiempo al periodista para planificar su reportaje en consecuencia, esbozando las escenas en las que hará, sentirá o experimentará algo. “Con cada historia”, dice Twilley, “una de las preguntas que me hace mi editor es: ‘¿Qué vamos a ver en esta historia?’ En realidad, lo que me está preguntando es: ‘¿Cuáles son las escenas?’”
Para un reportaje de 2018 sobre la neurociencia del dolor, Twilley quería explorar la historia del dolor y el reto al que se enfrentan los científicos al estudiar una experiencia tan subjetiva. Decidió que los lectores necesitaban verla hacerse daño mientras una neurocientífica de Oxford, Irene Tracey, intentaba rastrear la intensidad de su dolor. Los lectores acompañan a Twilley cuando conoce a Tracey y se sube a una máquina de resonancia magnética con un parche de capsaicina en la espinilla —una escena que nos lleva a la historia de la investigación del dolor y al reto que supone para los científicos cuantificarlo—.
Twilley no reaparece hasta mucho más adelante en la historia, una decisión consciente, dice, para pasar desapercibida. “Hay que elegir escenas que aporten algo a la historia”, dice Twilley. “No hay necesidad de que yo aparezca cuando no estoy experimentando nada”.
Para que las escenas en primera persona funcionen, hay que tener un poco de estilo. Deben transmitir la actitud, la personalidad, los pensamientos y los sentimientos únicos del reportero, dice Twilley. Al fin y al cabo, es el periodista quien habla directamente a los lectores. “Mi personalidad en el artículo [sobre el dolor] era la de una persona a la que, como a un payaso, le tiran un pastel a la cara. Me hieren y luego hago preguntas estúpidas”, dice.
Los relatos en primera persona que exponen de forma explícita las lagunas de conocimiento del autor pueden resultar más impactantes. Pero no todos los artículos se benefician de incluir un toque de primera persona. Las notas tienen que seguir el formato de las notas, dice Twilley. Y algunos reportajes pueden funcionar mejor si la personalidad y la voz del escritor siguen siendo discretas.
Usar la narración en primera persona conlleva riesgos
Entretejer las propias experiencias del reportero en las historias plantea algunos riesgos. Uno es el riesgo de mirarse el ombligo. Puede ser tentador utilizar anécdotas en primera persona para escribir descripciones detalladas del reportero en el campo de acción —ya sea sobre el terreno o en la oficina de un investigador—. Pero la narración en primera persona no debe tratarse como una mera oportunidad para presumir de que el periodista ha hecho un reportaje en el lugar. Tampoco debe ser una excusa para largos párrafos pensativos sobre por qué un reportero está allí en primer lugar. Esos tratados son “el equivalente periodístico a la presentación de diapositivas más larga del mundo sobre las vacaciones de un desconocido”, dice Martha Harbison, gestora de contenidos de Audubon.
Los periodistas también tienen que asegurarse de que su voz en primera persona sea atractiva y de que haya suficiente acción y detalle en sus anécdotas para mantener el interés de los lectores. “Si vas a utilizar tu voz de esa manera, asegúrate de que eres interesante o de que la escena que montas es interesante”, aconseja Harbison.
Otro escollo común de las anécdotas contadas en primera persona es que pueden parecer pretenciosas o fuera de lugar. En los reportajes sobre minorías subrepresentadas, personas con discapacidad o comunidades de países en desarrollo, las narraciones en primera persona pueden eclipsar a las fuentes clave. Por ejemplo, cuando periodistas blancos de Estados Unidos cubren temas medioambientales en Latinoamérica, “puede parecer imperialista o colonialista que una persona blanca hable en nombre de la población local”, dice Harbison. Elle aconseja utilizar solo anécdotas en primera persona como apoyo, por ejemplo, si las fuentes que son fundamentales para la historia no son muy comunicativas en las entrevistas, o si sus comentarios no se traducen bien al idioma en el que estás escribiendo.
Cuando se hace bien, la narración en primera persona puede servir como guiño al hecho de que cada periodista trabaja a través de una lente particular, y puede ser una poderosa herramienta para contar historias. Cuando un escritor expresa su punto de vista, los lectores tienen permiso para hacer sus propias preguntas. Como señala Nichols, eso es lo que hace que las narraciones en primera persona sean entretenidas e informativas: exponen lo difícil que es llegar a la verdad.

Knvul Sheikh es periodista freelance y becaria TON patrocinada por la Burroughs Wellcome Fund. Su trabajo ha aparecido en The Atlantic, Audubon, National Geographic, Popular Science, Scholastic y Scientific American, entre otros. Knvul ha vivido en las faldasde las montañas de los Himalayas en Pakistán, nadó en las aguas tropicales de Singapur y viajó como mochilera por la Isla Sur de Nueva Zelanda. Actualmente reside en Nueva York y se le puede encontrar en Twitter @KnvulS.