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Cómo manejar una enfermedad mental siendo escritor de ciencia

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A filled black rectangle. In the center is a small drawing of a person hunched over a desk typing. Looming over them is a large amorphous grey blob with a sinister eye and its hands on the back of the chair.
The Depression Monster, de Rosie Chomet. Cortesía de Rosie Chomet

 

 

Para ser un escritor de ciencia —generar ideas creativas, cumplir con las fechas límite y entregar revisiones de forma oportuna— tienes que tener una rutina. La mía comienza con una dosis de citalopram: un inhibidor selectivo de la recaptación de serotonina que a veces me produce náuseas pero que, por lo demás, me mantiene saludable.

Durante los últimos diez años, y particularmente en los últimos tres, he luchado contra la depresión. Aunque en ese momento no lo consideramos una enfermedad mental, mi primer episodio depresivo ocurrió cuando tenía 16 años. Ahora, diez años y varios diagnósticos después, se ha convertido en una parte importante de mi rutina diaria.

La depresión presenta desafíos para cualquier carrera, pero plantea algunos obstáculos particulares para los escritores. (Un estudio de 40 años publicado en 2012 encontró que los escritores tienen más probabilidades, que las personas con otras ocupaciones menos creativas, de sufrir enfermedades mentales como el trastorno bipolar, la depresión y el trastorno de ansiedad generalizada.) Por un lado, elegir la escritura como una forma de ganarse la vida puede alimentar la inseguridad y la duda —especialmente para aquellos que, como yo, están en el principio de sus carreras—. Para mí, al menos, publicar una historia es como entregar un ensayo de examen: una invitación a un juicio estricto, tanto por parte de la audiencia, como de mis compañeros. Y este momento de extroversión necesaria, esta lucha continua por ser reconocido o apreciado es leña para una enfermedad mental.

“Me quedo atrapade en un círculo vicioso de compararme con los demás, pensando que no estoy produciendo lo suficientemente rápido, que no soy une buena escritore, dice Feini Yin, periodiste de ciencia radicade en Filadelfia y colaboradore habitual de The New York Times, que tiene trastorno bipolar tipo II (una forma del padecimiento que implica menos picos maníacos que el tipo I, pero que conserva los picos depresivos). “Se retroalimenta a sí mismo porque termino perdiendo mucho tiempo atrapade en estos círculos de pensamiento negativo, lo que, por supuesto, me hace menos productive y creative”.

Los psicólogos dicen que el tipo de patrón de pensamiento que describe Yin, llamado rumiación, es una puerta de entrada a la enfermedad mental. Cuanta más rumiación, es más fácil que los pensamientos destructivos fluyan a través de las neuronas del cerebro y sea más difícil liberarse.

 

No existe una receta única para escribir sobre ciencia mientras se maneja una enfermedad mental. La relación entre ambos es diferente para cada quien

 

Para los escritores con otros tipos de enfermedades mentales, una carrera como escritor puede plantear otros desafíos. Los hábitos repetitivos que forman parte del trastorno obsesivo compulsivo (TOC), por ejemplo, pueden llevar a una persona a dedicar demasiado tiempo a tareas de reporteo como encontrar fuentes, leer, digerir artículos científicos y anotar historias para la verificación de datos —una receta para tener baja productividad y alto estrés—. Y pasar largos períodos de tiempo solo, un efecto secundario frecuente del trabajo freelance, puede amplificar los síntomas de cualquier enfermedad mental, desde la esquizofrenia hasta el trastorno de ansiedad generalizada. Cuando una persona está socialmente aislada, los pensamientos destructivos pueden reemplazar fácilmente la conversación; sin nadie allí para responder a ellas o racionalizarlas, las dudas sobre uno mismo pueden salirse de control.

No existe una receta única para escribir sobre ciencia mientras se maneja una enfermedad mental. La relación entre ambos es diferente para cada quien, y para cada uno de nosotros lleva tiempo comprender una condición que se encuentra en la caja negra del cerebro, alimentada por hábitos que son únicos para cada persona.

“Supongo que la respuesta básica es la paciencia, que, por genérica que parezca, es un recurso del que muchas personas con ansiedad, depresión u otros problemas realmente necesitan poder sacar provecho”, dice John Wenz, escritor de ciencia freelance que radica en Madison, Wisconsin, y tiene trastorno bipolar tipo II.

Después de hablar con escritores de ciencia que padecen diversas enfermedades mentales —principalmente trastornos del estado de ánimo y de ansiedad—, descubrí que saber más sobre cómo otros escritores afrontan las enfermedades mentales me ha ayudado a aceptar mi depresión. El simple hecho de saber que hay muchas otras personas que se enfrentan día a día a dos facetas de su vida que fácilmente podrían ser incompatibles es, para mí, una fuente de inspiración y esperanza.

 

Primero, lo primero: consigue tratamiento

El paso más importante para mí, al vivir con una enfermedad mental, ha sido buscar tratamiento. La terapia y el tratamiento farmacológico pueden ser muy efectivos. “Prohibirte considerar ir terapia o medicarte cuando estás pasando por un momento difícil es como romperte el brazo y decir: ¡Voy a aguantar esto sin yeso!”, dice Shannon Palus, escritora de ciencia de la ciudad de Nueva York que padece un trastorno de ansiedad generalizada y lucha contra tendencias del TOC. No buscar tratamiento porque tiene un estigma social es una “estupidez”, dice Palus.

Durante mucho tiempo elegí evitar el tratamiento. Pensé que los antidepresivos atontarían mis sinapsis, amortiguando las vías vitales que necesitaba para comprender ciencia compleja o conectar diferentes elementos de una historia. Pensé que los medicamentos harían que mi cerebro y mi escritura se hicieran borrosos.

Pero después de la primera semana de medicación, ese no fue el caso. En lugar de sofocar toda mi actividad neuronal, los antidepresivos simplemente parecieron frustrar esos destellos de pensamientos extraños que antes me dejaban sintiéndome perdido, ansioso y fácilmente distraído. Mientras leía y escribía un artículo, estaba más concentrado en el presente, en lugar de preocuparme por los dolores del pasado o las incertidumbres del futuro. (Los antidepresivos no funcionan tan bien para todos y los posibles efectos secundarios van desde una reducción de la libido hasta ideaciones suicidas). Ahora sé que, para mí, medicarme no en una barrera para mi trabajo; es una herramienta esencial.

 

Encuentra un nicho que puedas tolerar

Una de las ventajas de ser escritor es que puedes estructurar —y reestructurar— tu carrera de forma que se adapte a las necesidades de tu condición.

Palus descubrió que trabajar como verificadora de datos, algo que hizo durante varios años antes en su carrera, era “una bendición”, la pareja perfecta para sus tendencias TOC. Pero una vez que empezó a escribir más, descubrió que sus tendencias obsesivas eran un impedimento, lo que la obligó a recalibrar la profundidad con la que necesitaba ahondar en los pequeños detalles durante el proceso de reporteo y redacción. Tanto las sesiones de terapia regulares, como la medicación fueron cruciales para que avanzara en su carrera, dice. “[Con] Lexapro, se volvió mucho más fácil hacer todo en mi vida”.

En mi caso, centrarme en la redacción de reportajes, para tener fechas límite menos frecuentes me ha ayudado. No saber cómo me sentiré en las próximas horas hace que comprometerme a cumplir con embargos y fechas límite diarias sea una tarea casi imposible. He tratado de escribir a través de episodios de depresión, pero eso solo me lleva a una incapacidad para comprender la ciencia y a escribir mal, lo que reaviva el ciclo de dudas y rumiación.

 

Veo los días en que puedo escribir como un regalo de mi cerebro. Los atesoro e incluso pueden ayudarme a recuperarme.

 

He aprendido que funciono mejor cuando dejo de intentar “curar” mi depresión. Verla como algo que debería de conquistar sólo conducía a la rumiación: ¿por qué el perro negro siempre seguía regresando? Ahora, dejo que la depresión tenga su día (o días). En esos momentos, leer y traducir términos científicos complejos no está en la agenda. En cambio, trato de relajarme, comer bien y esperar hasta que esté en un plano estable.

Veo los días en que puedo escribir como un regalo de mi cerebro. Los atesoro e incluso pueden ayudarme a recuperarme. El solo trabajar en una pieza —encontrar la frase perfecta para vincular dos temas dispares, por ejemplo—, puede potenciar mis picos de bienestar más allá de lo que un antidepresivo puede lograr. Sé que es temporal, pero es una ola que siempre disfruto montar.

Centrarme en escribir reportajes me permite establecer mis propias fechas límite —normalmente alrededor de un mes para escribir entre 2,000 y 3,000 palabras y tener dos o tres episodios depresivos— y utilizar mis altos para trabajar en los detalles más finos de un artículo. Nunca me siento decepcionado por haber investigado demasiado. El proceso lleva tiempo y no me pagan con frecuencia, pero para mí es un pequeño precio que pagar por un poco más de flexibilidad y tranquilidad. (No hace falta decir que soy afortunado de estar en una posición en la que puedo tomar esta decisión). Y aunque no publico un artículo cada semana, ni siquiera cada mes, anoto lo que he hecho cada día. Para mí, pasar una tarde estudiando detenidamente un solo trabajo de investigación es algo positivo sobre lo cual reflexionar.

Para otros, es el proceso de publicación —la sensación habitual de logro— lo que ayuda. “Escribo una o dos noticias a la semana y son lo suficientemente manejables como para no sentirme demasiado abrumade”, dice Yin. “Al final de la semana, incluso si me siento realmente mal, puedo mirar atrás y decir que hice algo”.

 

Encuentra un horario que te funcione

El horario de trabajo de una persona también puede influir a la hora de afrontar una enfermedad mental. Wenz, quien recientemente dejó un puesto editorial en una revista para trabajar como freelance de tiempo completo, dice que el ritmo de edición en su trabajo anterior se había convertido en un ciclo de retroalimentación depresiva. “Cuando tu estado de ánimo no siempre es estable, eso afecta tu perspectiva sobre la historia que estás editando, así como tu capacidad de concentración”, dice. “Algunos días no tienes el enfoque que exige la edición. Otros días, nunca has sido un mejor editor”.

Decidió que para él “un puesto de editor podría no ser el adecuado, aunque sea la forma ‘correcta’ de ascender en el oficio”. Aunque trabajar por cuenta propia es menos estable financieramente, la flexibilidad del horario se adapta mejor a sus períodos de manía y depresión. “Si no puedo concentrarme en algo ahora, puedo alejarme y retomarlo más tarde. Si mi cerebro es capaz de concentrarse a las 9:00 p.m., puedo abrir mi trabajo en ese momento. Escribir también es una tarea más fácil para mí debido a estos problemas de concentración. Puedo sobrevivir el escribir —incluso teniendo que recurrir a la manía a veces— de una forma en la que no podría sobrevivir el editar algo”.

Por el contrario, Taylor Beck, un escritor freelance radicado en Nueva York, que padece trastorno bipolar tipo I, prefiere un horario de trabajo rígido. “Rento un escritorio en un espacio de coworking y voy de las 10:00 am a las 6:00 pm todos los días laborales”, dice. “La comunidad también es importante para mí. Trabajo dos turnos por semana en un café de la esquina”. Allí, dice Beck, conoce a jóvenes de su colonia y gana un poco de dinero haciendo un tipo de trabajo muy diferente.

 

Construye la comunidad que necesitas

Como ilustra la experiencia de Beck, ser freelance no tiene por qué aislarte. Unirse o formar una de las muchas pequeñas comunidades en línea que salpican el mundo de la escritura de ciencia puede ser una fuente importante de apoyo social.

 

Tener un lugar a donde ir en caso de duda… a menudo puede detener la rumiación antes de que me consuma por completo.

 

Palus es parte de varios de estos grupos. “Ha sido muy útil poder escribirles a esas personas y decirles que me siento estresada por esto, incómoda por aquello o preocupada por el rechazo”, dice. “Como escritora, vas a experimentar mucho rechazo, por lo que poder confirmar con otras personas que eso sucede todo el tiempo es un recordatorio útil de que estas son dificultades del campo, no una señal de que algo anda mal en mí. La ansiedad te hace pensar que la incomodidad o el rechazo son indicativos de que algo anda mal contigo, y no que solo son hechos de la vida. Ser parte de una comunidad muy unida te ayuda a hacer una verificación de datos de esos pensamientos y sentimientos, y a darte cuenta de que muchos están equivocados”.

Recientemente, me uní a un grupo de Slack que me ha conectado con personas que comparten la misma afición que yo por escribir reportajes extensos y por la ciencia. No he conocido a ninguna persona del grupo cara a cara, pero tener un lugar a dónde ir en caso de duda —ya sea una pregunta sobre la estructura del reportaje, experiencias con una determinada revista o simplemente saber que otras personas tienen las mismas inseguridades que yo— a menudo puede detener la rumiación antes de que me consuma por completo.

Mis relaciones con mis editores también han sido importantes para mi salud mental. En los últimos meses, me propuse reunirme en persona con algunos de ellos. Un apretón de manos, una taza de té y algunas risas compartidas ayudan a profundizar las relaciones formadas a través de años de correos electrónicos y ediciones, lo que me hace sentir menos como un contratista y más como un colega, o incluso un amigo. Estas reuniones también benefician a los editores, afirma la editora de Mosaic, Chrissie Giles. “Con quienquiera que estés trabajando, quieres entenderle lo suficiente como para poder comprender su personalidad y experiencia de vida y poder adaptar tu forma de relacionarte con ellos”, dice.

 

Abrirte con los editores

Muchos escritores, incluidos algunos con los que hablé para este artículo, prefieren no divulgar su enfermedad a sus editores, y eso es completamente comprensible. Aunque el estigma de la enfermedad mental es menos dañino que antes, aún puede influir en las percepciones y expectativas de los editores —y podría desencadenar decisiones discriminatorias de contratación o ascenso—. En otros casos, es posible que una persona con una enfermedad mental simplemente no esté preparada para compartir esa información personal con nadie fuera de un círculo seguro de amigos y familiares, ya que las ansiedades y posibles ramificaciones de ser tan abierto parecen demasiado grandes.

Desde el punto de vista de un editor, no es necesario que un escritor comparta dicha información cuando no es relevante para la relación, y hacerlo puede ser un poco incómodo si no lo es —como contarles a tus padres las complejidades de tu vida sexual—.

En la mayoría de los casos, de acuerdo con un editor (que pidió no ser identificado), las decisiones de los escritores sobre si compartir información sobre su salud mental dependen de “su capacidad de entregar el trabajo. Si la vida personal o la salud —física, mental o de otro tipo— afecta su capacidad de trabajar según las necesidades del empleador, entonces un escritor freelance debe tener una conversación sobre cómo organizar el apoyo, las extensiones y las adaptaciones necesarias. Los editores decentes pueden adaptarse, y casi siempre lo harán, para respaldar una relación de trabajo. Todo el mundo conoce a alguien que padece una enfermedad mental, si es que no la experimentan ellos mismos”.

“Como editora, no tengo ninguna expectativa de que la gente me revele nada”, dice Giles. “Creo que, si quieren, suele ser útil saberlo. Las personas pueden revelar algo si es relevante para una pieza o si puede afectar la forma en que trabajas con ellos”.

 

Si un editor comenzara a endulzar demasiado su correspondencia conmigo, me sentiría aún más aislado de mis compañeros. Si mi primer borrador es un montón de basura no le des vueltas: dímelo.

 

En Mosaic, que a menudo encarga a escritores artículos extensos sobre su propia enfermedad o experiencias de vida difíciles, Giles dice que una cosa que los editores pueden hacer es pedir que un escritor tenga el apoyo profesional necesario de médicos o terapeutas antes de empezar una tarea tan íntima. “Principalmente, lo que hacemos es más de lo que haríamos con cualquiera que escriba para nosotros: tratar de ser colaborativos, solidarios, abiertos y comprensivos”.

Una fecha límite más flexible, por ejemplo, podría proporcionar la calma necesaria para escribir un artículo largo, o uno no tan largo pero sí desafiante. Cuando se trabaja en historias más personales —por ejemplo, una historia sobre la pérdida de un miembro familiar—, una sensibilidad adicional al sugerir revisiones puede ayudar a suavizar un proceso traumático, asegurando al escritor que vale la pena abordar una pieza de este tipo.

Sin embargo, en general, hablar con una persona con una enfermedad mental es como hablar con cualquier otra persona. Si un editor comenzara a endulzar demasiado su correspondencia conmigo, me sentiría aún más aislado de mis compañeros. Si mi primer borrador es un montón de basura, no le des vueltas: dímelo. Lo superaré. Si estoy pasando por un episodio depresivo en ese momento, te haré saber si eso afectará mi capacidad para entregar la historia a tiempo.

Como la mayoría de los escritores con ambición, quiero que me vean como una persona confiable, alguien con quien es divertido trabajar y que constantemente produce un trabajo de calidad que informa y entretiene a los lectores. Y no sólo quiero que me vean así, quiero ser así.

Sin embargo, todavía estoy aprendiendo cómo combinar mi enfermedad mental con una carrera de escritor de ciencia. Algunos días, recordarme a mí mismo lo que va bien, o sobre otras personas que han desarrollado carreras satisfactorias en mi campo mientras vivían con una enfermedad mental me ayuda a animarme. Otros días, centrarme en lo positivo simplemente no funciona y me encuentro a mí mismo fantaseando con otros trabajos y formas de escapar. Cuando me despierto cada mañana, no sé cómo transcurrirá el día, ni si me iré a dormir con el mismo estado de ánimo. Simplemente me tomo mi pastilla, escribo mis tareas del día y empiezo desde el principio.

 

Alex Riley
Alex Riley Cortesía de Alex Riley

Alex Riley es un escritor de ciencia radicado en el sur de Devon, Reino Unido. Su trabajo ha aparecido en la BBC, Nautilus, Hakai Magazine y New Scientist, entre otros. En 2019, recibió el premio al mejor reportaje de la Asociación de Escritores de Ciencia Británicos. Actualmente, está trabajando en un libro sobre la vida en ambientes extremos para Atlantic Books (Reino Unido) y WW Norton (Estados Unidos). Síguelo en @alexlariley.

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