Search

El secreto para nunca escribir un primer borrador

  Read in English

Pop art style comics panel of a woman whispering a secret into the ear of another woman.
Drante/iStock

 

Escribir sobre ciencia es lo máximo. Bueno, ya sabes, excepto por la parte de escribir. Cada documento en blanco esperando a ser transformado en una historia increíble parece gritar: “¡Eres un fraude! Nunca lograrás esto”.

Para todos aquellos que alguna vez se han sentido intimidados por la página en blanco (y sí, sí lo has sentido), estos son algunos de los trucos que he encontrado útiles para producir sin dolor, o al menos no tanto, un primer borrador sólido que proporcione la base para crear una historia que brille, sin tener si quiera escribirla. (En serio.)

Como periodista novata, cometí los mismos errores que la mayoría de los escritores nuevos. Reunía todo este material increíble de mis entrevistas (¡esas citas jugosas!) y mi investigación (¡esos hallazgos sorprendentes!). Después, todo eso se quedaba en forma cruda mirándome fijamente a los ojos, esperando que le diera forma y lo convirtiera en algo brillante. Y me quedaba perpleja: ¿Cómo decides qué sí entra en tu historia y qué no? ¿Cómo diablos creas una entrada inteligente? ¿Qué citas usas? ¿De qué rayos trata esta historia?

El primer acercamiento que tomé era abrir un documento en blanco y preguntarme: “¿Cuál es la primera oración, perfecta y encantadora, que seducirá a mi lector para que entre a mi historia? Bien, ahora, ¿cuál es la segunda oración ideal para seguir atrayéndolos?” Probablemente puedas adivinar lo que pasaba después: a menudo me bloqueaba y no podía escribir una sola palabra. Incluso si superaba eso, por lo general llegaba a la mitad del borrador y me daba cuenta de que había creado un camino que no llevaba a ninguna parte. La entrada que había pulido con tanta dedicación hasta que fuera perfecta no guiaba al lector hacia el punto central de la historia.

Entonces, en vez de eso, intenté transcribir entrevistas completas, extraer todas las buenas citas y tal vez un par de escenas intrépidas del reporteo en campo, las pegaba en un nuevo documento y trataba construir mi historia a partir de ellas. ¡Ajá! ¡Adiós página en blanco que se burla de mí!

Pero esto me llevó a nuevos problemas. Volver a buscar entre montones de material, en su mayoría inutilizable, suponía un gran esfuerzo antes de que siquiera empezara a escribir. Peor aún, estaba dejando que las citas de mis fuentes secuestraran mi historia. Como no me había concentrado en el punto central de mi historia, ni concretado las ideas clave, terminaba con una mezcla de citas atractivas en lugar de una narrativa coherente.

Por fin, descubrí un par de estrategias que me permitieron engañar a mi cerebro para que creyera que no estaba escribiendo y resultaron en historias mejores y con más autoridad. Tal vez también te ayuden a ti.

 

Estrategia de no-escritura 1: el falso correo electrónico a un editor

Mi primera estrategia exitosa sucedió así: cuando estaba a punto de terminar de reportear, leía todas las notas de mi entrevista, archivos PDF de artículos científicos y otros materiales de reporteo, subrayando todo lo que parecía importante—hechos clave, citas buenas, anécdotas cautivantes. Nada de hacer transcripciones laboriosas, estudiar detenidamente cada palabra, o pegar citas o anécdotas coloridas en un archivo en blanco para empezar a escribir. Solo leer y subrayar, recordándome a mí misma lo que había notado en el camino.

Luego, dejando mis notas a un lado, escribía un correo electrónico extremadamente informal a mi editor (aunque generalmente no lo enviaba), describiendo de manera muy relajada lo que había aprendido a través de mi reporteo. “Hola, fulano de tal, solo pensé en compartirte lo que estoy averiguando sobre esta historia. Entonces, la idea clave parece ser que X, y esto es interesante porque básicamente significa Y. ¡¿No es curioso?! Ah, y luego está esta otra cosa…”.

Este correo electrónico era solo un párrafo largo, informal, e incluso descuidado, lleno de ideas que vomitaba en el orden en que entraban en mi cerebro. Ciertamente no era escribir en el sentido estricto. Sin entrada artística, sin nut graf, sin citas directas. Había errores tipográficos, clichés, oraciones pasivas en abundancia. Todo era bueno, incluso bienvenido. En el proceso, terminaba destilando las ideas clave de mi historia.

Una vez que terminaba con este correo electrónico tan despreocupado, lo pegaba en un documento, luego lo dividía en párrafos y empezaba a editarlo, eliminando la basura y dándole un orden coherente. A continuación, volvía a mis notas y usaba los datos resaltados para rellenar el andamiaje que había creado con mi correo electrónico. Agregaba detalles, corregiría las cosas en las que me había equivocado cuando estaba escribiendo cosas sacadas de mi memoria, insertaba citas, etc. Y, sin importar cuán inteligentes o seductoras podían ser algunas de esas citas o escenas, no incluía nada que no respaldara los puntos que había planteado en el correo electrónico improvisado.

 

Estrategia de no-escritura 2: la lista de puntos clave ridículamente elaborada

A veces simplemente no podía hacer que mi cerebro creyera que en realidad no estaba escribiendo mi historia en ese correo electrónico falso. Mi cerebro me había descubierto. Entonces, con el tiempo, se me ocurrió una táctica diferente y, finalmente, me empezó a gustar aún más.

Después de revisar mis notas, las dejaba a un lado y comenzaba a construir una lista de ideas clave. No estaba escribiendo un esquema —eso requiere una comprensión de la historia que normalmente no tenía en ese momento—. Solo estaba lanzando puntos clave; cosas que estaba bastante segura de que tenían que estar en la historia en alguna parte.

El primer punto captaba alguna idea esencial de la historia tal como yo la entendía en ese momento. Ni siquiera necesitaba ser una oración completa, mucho menos una oración hermosa. Lo único que importaba era que las palabras captaran una idea importante lo suficientemente bien como para que yo misma supiera de lo que estaba hablando.

Luego escribía otro punto debajo de ese, y luego otro, y otro, y otro. Reorganizaba a medida que avanzaba, de modo que, gradualmente, las ideas fluyeran en un orden lógico.

Seguía haciendo esto hasta que había anotado todo lo que recordaba que pareciera crucial. Después volvía a mis notas para buscar ideas importantes adicionales para agregar a mi lista de puntos clave, —pero sin citas, todavía no—. Esperar para agregar las citas me obligó a formar mis propios pensamientos en lugar de dejar que las palabras de mis fuentes me guiaran. Las personas a las que entrevistes te platicarán todo tipo de cosas fascinantes e inteligentes que no sirven para tu historia. Antes de dejar que mis fuentes hablaran, primero debía tener claras mis propias ideas.

Mientras revisaba mis notas y seguía pensando, profundizaba sobre los puntos clave, haciéndolos cada vez más detallados. También los sintetizaba, agregando subpuntos, reordenando, consolidando y estrechando las conexiones entre ellos. En este proceso, obtenía una idea más clara del punto central de la historia y me aseguraba de que cada punto apoyara de alguna manera esa idea central.

Después de que había incluido todo lo que parecía importante y masajeaba la lista en un flujo coherente, agregaba citas de mis entrevistas, pero solo si respaldaban uno de mis puntos clave. Esto me ayudaba a reconocer cuando alguna cita divertida y encantadora simplemente no servía para la historia. También me aseguraba de no estar dependiendo de una cita para hacer el trabajo explicativo profundo. Necesitaba entender mi propia historia lo suficientemente bien como para producir una explicación que fuera mejor que las palabras que un investigador dijo en el acto. Solo cuando la fuente decía algo que daba vida a un aspecto de mi historia —dando emoción o contexto; expresando una opinión; usando un lenguaje inusual y colorido—, agregaba la cita a mi lista.

Al hacer esto, no estaba realmente produciendo un esquema en el sentido tradicional de un breve resumen temático. De hecho, estaba creando la historia, en forma de una lista con puntos clave. Es decir, si la historia que me habían signado era de 3000 palabras, idealmente mi lista tendría alrededor de 3000 palabras.

Finalmente, repasaba mi lista y convertía cada punto en una oración completa y gramatical. Todavía no tenía que ser hermosa, solo tenía que empezar con una letra mayúscula y terminar con un punto. Después, quitaba todas las viñetas, las dividía en párrafos, editaba oraciones y encontraba lugares donde necesitaba transiciones.

¡Y voilà! Con cualquiera de los métodos, terminaba con un borrador completo, sin pelearme con una página en blanco o admitir por completo que estaba escribiendo. Era un escrito que había pensado y sintetizado yo misma, y estaba lleno de las cosas fascinantes que había descubierto, respaldado con citas convincentes y relevantes, con un flujo lógico y coherente. No era una obra de arte, pero tenía la arquitectura adecuada, lo que me permitía pasar a la tarea mucho más agradable de revisar.

Da la casualidad de que esta historia que estás leyendo es el resultado de una variación de la estrategia uno: comenzó su vida como un hilo de Twitter, escrito de forma rápida y casual, lleno de clichés y fallas gramaticales, que después detecté y corregí mientras armaba este artículo. ¡Y ahora has leído una historia basada en un primer borrador que te juro que nunca escribí!

 

Siri Carpenter Cortesía de Siri Carpenter

Siri Carpenter es cofundadora y editora en jefe de The Open Notebook. Síguela en Twitter como @SiriCarpenter.

Skip to content